Chile, al igual que la mayoría de los países de la región, tiene bolsones de pobreza que son y han sido discriminados. La cinta muestra un Santiago antiguo, aquel de los microbuses multicolores, de recorridos con nombres: Recoleta Lira, Ovalle Negrete, Matadero Palma, nombres que en democracia fueron uniformados con números. La película Johnny Cien Pesos es el relato de aquellos jóvenes, hijos de una realidad inmersa en la pobreza. Johnny no se muestra cruel, no es sanguinario, no tiene certezas sobre la acción que esta cometiendo, sólo tiene la convicción de que los muchachos como él no tienen cabida en el régimen social que impera en su país. “Los dos estamos solos”, le dice a la “prostituta”/secretaria a quien trata de enamorar en medio del asalto. “Al final qué eres, ¿ladrón o estudiante?”, dice Gloria, “Y tú, ¿secretaria o puta de jefe?”, dice Johnny. Replica Gloria: “Entonces somos iguales, tú robas y yo me vendo”. La cinta se adelanta a una situación que estallaría con fuerza diez años después: la noticia como espectáculo, la utilización de la miseria humana para crear una noticia llena de morbo, pero que se disfraza de servicio público. Nos presenta cómo los acontecimientos toman ribetes políticos en la medida en que los medios de comunicación los presentan de acuerdo a sus intereses comerciales. Aparece planteada la deshumanización del profesional de la prensa quien, una década después, se impondría en la industria de los medios de comunicación de la región. La película indaga en la lógica de los reporteros, por ejemplo cuando el periodista encuentra una evidencia y no se la entrega a Carabineros, y no colabora con la justicia porque considera que primero está el cumplir con su “rol profesional”. También aparecen elementos que permiten cuestionar a la escuela como institución: el discurso correcto del profesor; un estudiante que asalta.